MERCEDES
PINTO
Pionera
del feminismo sobre el tema del maltrato a las mujeres
Esta
es la conferencia que se atrevió a dar en Madrid defendiendo el
divorcio, de camino les “coló” el tema del maltrato. Por esto
tuvo que exiliarse de España.
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El
divorcio como medida higiénica,
conferencia que dio en Madrid en 1923, refleja su compromiso social.
Las ideas expuestas —en la que defendía
el
divorcio para situaciones como la que la propia Mercedes Pinto
padeció directamente— eran demasiado adelantadas para su
época
y para un país sumamente católico como España.
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Yo
sé, señores, que esta enfermedad pueden llevarla en sí lo mismo
los hombres que las mujeres, pero yo soy mujer y vengo a hablar por
ellas. Los hombres casados con una enferma de este género lo tienen
todo a su favor: «Pobre hombre —dicen— la mujer es insoportable,
es celosísima, es rabiosa, es una fiera; debe estar chiflada, porque
hace cosas muy extrañas». Por fin el marido, acompañado del
asentimiento y la conmiseración de los amigos, de sus criados y del
mundo, toma a la esposa y la lleva a una casa de salud, o la entrega
a sus padres, quedándose él con los hijos, porque la mujer «no
anda bien de la cabeza».
Así
dicen; y no andar bien de la cabeza es tener celos infundados de un
marido intachable, es el enfadarse sin causa, es hacer del hogar una
molestia continuada, etc., etc. El hombre pues, está ya liberado.
La
mujer en cambio se casa con un hombre sano, del cual puede hasta
tener certificados médicos, no tiene tuberculosis ni enfermedades
venéreas, sus hijos, pues, serán saludables. Creo además, por
habérselo oído a médicos alienistas, que la «paranoia» suele
estar oculta en la infancia y en la primera juventud y desarrollarse
generalmente cuando las preocupaciones y cargas de la vida se
acentúan y pesan sobre el cerebro… es decir, cuando después de ca
sados, y aún después de la primera época, el nacimiento de los
hijos y su sostenimiento y educación empiezan a levantar en el
predestinado a la locura las aún dormidas preocupaciones.
¿Cómo
va un médico que examina la sangre y el pulmón de un hombre a saber
que en no lejano día el negro sadismo se levantará cruel y
silencioso entre las sombras de la alcoba nupcial?
¿Cómo
puede el médico adivinar las torturas a que la infeliz esposa va a
verse sujeta? ¿Cómo la verán sus ojos de doctor y humanista con
los dedos retorcidos y la garganta doblada bajo las presiones y las mordidas que han de dar al sádico el esperado goce?
Las
infinitas crueldades que un enfermo del cerebro puede desarrollar en
el matrimonio sólo puede concebirlas la mente más exaltada, los
celos más insospechados, las manías más torturantes, los insomnios
más tétricos, las bajezas más bochornosas…
Y
eso, todo eso que parece ha de ser causa de divorcio, no lo es ni
puede serlo, puesto que el Código aprecia como motivo de divorcio
aquellos golpes de naturaleza tal que pudieran haber causado la
muerte, y una cantidad de testigos que no sean de la familia, ni
sirvientes, sino personas de fuera de la casa que hayan presenciado
los hechos. De manera que todas las violencias, las torturas y los
horrores incontables por asquerosos o brutales que contra su
esposa pueden ocurrírsele a un paranoico, no son nada ante las
leyes; tiene que esperar que le peguen un tiro… (y no la acierten)
para que los jueces piensen que si le acier ta… ¡se hubiese
quedado en el sitio! Y por lo que se refiere a los testigos, desde
luego comprenderéis lo
imposible de que ciertos martirios, generalmente de alcoba y
nocturnos, tengan testigos, por que no es costumbre que los amigos
estén en la habitación a esas horas, y si la esposa grita, ya
tendrá cuidado de no volver a hacerlo porque el marido lo impedirá,
del modo que pueda, pero lo impedirá.
Además,
todo el ambiente que ayudó al esposo de la enferma, al recluirla en
un manicomio, o enviarla con su familia, quedándose él con sus
hijos, ambiente que le harán también las mujeres que se pondrán de
parte del marido, le faltará seguramente a
la esposa al tratar de hacer lo mismo. Por regla general, pocas veces
llega al público el verdadero aspecto de la horrible verdad.
Un
señor discutidor, suspicaz, dispuesto a agriar las conversaciones
con frases molestas y hasta llegando alguna vez a una agresión, no
es para los ojos de los extraños más que un hombre de mal carácter,
o tal vez cuando más «un señor raro»; pero esas gentes ven las
cosas de lejos, no saben los disimulos, las suspicacias y los engaños
con que esos hombres que
no son raros, sino sencillamente enfermos, llegan a ocultar al
público completamente las espantosas negruras de su hogar.
Esa
locura engañadora, que lleva generalmente al que la padece a ver en
los demás maldad y refinada malicia, desprestigia a la esposa del
loco, por regla general, y a las iras de éste se les llamará «mal
carácter», y a su sadismo exageraciones de la esposa que comprende
mal las expansiones de un apasionado, y a sus celos les llamarán
«exceso de amor», si es que no —¡lo que desgraciadamente
ocurre!—, se vuelve la opinión en contra de la esposa, y dicen que
algo habrá en ella cuando él la cela.
¿Qué
ayuda puede darnos la justicia? Ninguna; porque la locura por
sí no es causa de divorcio.
[…]
Extraordinario!! No hay otro calificativo.
ResponderEliminarGracias por compartir. Una adelantada a su tiempo, por eso tuvo que huir. ¡Cuántas mujeres acalladas a lo largo de la historia¡ Afortunadamente salen poco a poco a la luz. Un saludo
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